Ilustrísimos señores y señoras académicos.
Ilustrísimo Señor don Ramón Miranda, Director General de Cultura del Gobierno de Aragón.
Ilustrísimo Sr. don Domingo Malo, Concejal representante del Ayuntamiento de Huesca.
Señor Director General Adjunto de la CAI, don Juan Antonio García Toledo.
Distinguidas autoridades y patronos de la Fundación.

Señoras y señores.

Antes de iniciar mi discurso quisiera agradecer a doña Teresa Luesma, Directora del CDAN, la hospitalidad que nos brinda y, de manera excepcional, como muestra de reconocimiento quisiera pedirle que pasara a ocupar un sillón en el estrado de los Ilustrísimos señores académicos.

La Real Academia se ha constituido para recibir como Académico de Honor al Ilmo. Sr. Don José Beulas Recaséns, y lo ha hecho en la ciudad de Huesca como reconocimiento a este Centro de Arte y Naturaleza de la Fundación Beulas que nuestro nuevo académico, acompañado por el buen hacer y el empuje de su esposa doña María Serrate, ha logrado constituir en este espacio que se extiende al mediodía abierto a la llanura, protegido en el norte por el perfil de la cercana sierra de Loarre, enraizado en la tierra en la que este matrimonio han querido disfrutar de la Naturaleza.

José y María, son dos entrañables personas que ya forman parte de esa historia, que sólo conquistan aquellas personas que construyen su crónica vital desde el empeño por convertir las tierras de la vieja ciudad sertoriana en referente nacional e internacional. Hoy se puede decir que ese es su mejor logro cultural, puesto que se reconoce a esta Fundación como referente de la interrelación de la Naturaleza y el Arte, simbiosis que se proyecta desde un espacio pensado por don Rafael Moneo, ese arquitecto internacional que quería dejar una obra suya en la ciudad donde se dieron los primeros pasos de su madre.

Por ello, esta Real Corporación ha querido constituirse en Huesca, en concreto al lado del estudio de José Beulas, especialmente en el CDAN que es una institución que queremos distinguir con toda nuestra secular autoridad. Una institución con la que algunos de los ilustres señores académicos que componen el elenco corporativo, han tenido y tienen una activa relación que ya hemos podido comprobar en la magnífica Laudatio que en nombre de la Real Corporación ha dictado el Vicepresidente Primero, Excmo. Sr. Don Fernando Alvira Banzo. Pero no es el único caso.

Me van a permitir que recuerde con satisfacción un hecho singular que me permitió entrar en contacto con este entrañable matrimonio, disfrutando de sus ilusiones y gozando de su afecto. La primera Resolución Oficial que reconocía a la ciudad de Huesca y a la Fundación Beulas como sede de las colecciones contemporáneas del Gobierno de Aragón fue una Resolución firmada por mí, entonces Director General de Patrimonio, que luego fue desarrollada en un convenio por don Vicente Bielza y don Luis Acín, en aquel momento Consejero de Cultura y Alcalde de Huesca, respectivamente. No hace falta que les diga, que ese fue el primer punto de encuentro al que sucedieron algunos más, entre los que no faltaron largas sobremesas con Rafael Moneo hablando de las formas apasionantes del entorno de Loarre. Hoy, catorce años después, me llena de alegría recordarlo, precisamente, en la sede de esta Fundación hecha gozosa realidad.

Y dicho esto, volveremos al motivo que nos convoca esta mañana y que no es la Fundación Beulas, que bien podría serlo, sino el pintor José Beulas. A este pintor, la Real Academia, y en su nombre el Presidente, quieren dar la bienvenida reconociéndole como referente del quehacer plástico del siglo XX, como muestra de una paleta que ha logrado crear una valiosa obra que se constituye como un singular capítulo de la Historia del Arte contemporáneo. Por eso, a él van dedicadas estas palabras de salutación.

Ahora bien, estoy convencido que hablar de la obra del nuevo académico es hablar del paisaje y plantearnos el sentimiento de identificación del ser humano con la Naturaleza. Fácil lo tenemos si recordamos que estamos hablando de un pintor que empezó retratando el paisaje gerundense, que después descubrió emocionado el trabajo de la cercana Escuela de Paisajistas de Olot, que admiró a Benjamín Palencia y a la luz que construye la esencia con Ortega Muñoz, y que al final, durante su estancia en Italia, entendió que el paisaje sería el tema fundamental de su pintura. Un paisaje que para entonces ya había cautivado sus pinceles y que tenía nombre y apellido: la llanura del Somontano de Huesca.

Con este gerundense afincado en Huesca, había pasado lo que decía Gerardo Manrique de Lara cuando explicaba que ‘no es el artista el que se propone pintar el paisaje, sino que es el paisaje el que le incita a pintarlo’. Por ello, hoy podemos decir que las llanuras oscenses lo eligieron como cronista, sabedoras que tenían que seleccionar una brillante mano, porque no existe una estética en el paisaje hasta que ésta sea otorgada por el ser humano, porque sólo puede ser el artista quien la identifica y la reproduce.

Y si se ha escrito que el responsable de la creación de un paisaje es el viajero, es incuestionable que el responsable de la creación del paisaje de la llanura oscense es don José Beulas. Beulas es el maestro del paisaje, el pintor que ha contribuido a inmortalizar las tierras oscenses como ninguno, quizás porque lo ha sabido hacerlo como observador de un objeto que se autoconstruye desde sus cualidades visuales y espaciales. Un observador que articula muy bien los tres elementos que componen el paisaje: desde los muertos abióticos y los vivos bióticos hasta los antrópicos, las huellas mutables de la actividad humana.

Beulas, lo ha sabido hacer, lo ha logrado. El paisaje de la llanura, roto con la línea del horizonte que invita a caminar, a recorrer los campos que nos llevan por el silencio de los pigmentos, se manifiesta con rotundidad en su desnuda verdad que nos habla de esfuerzo humano y de heroicidad ante la dureza de la tierra. Todo el doble sentido de esos surcos que esperan el grano, de esos montes que piden agua para alimentar acaso sólo romeros y matorrales, va tamizando las pinceladas de este enamorado del paisaje.

El maestro Beulas ha consagrado su vida a captar la belleza de ese espacio llanura que nos invita a andar, que nos invita a mirar. Pero también de ese espacio-morada, que con tanto acierto definió don Pedro Laín Entralgo, intelectual aragonés por excelencia, cuando escribía que era ‘un lugar de contemplación y lugar de meditación’. Lo mismo que el admirado maestro Azorín bautizó –para Castilla- como ‘el silencio profundo, solemne, del campo desierto, solitario’. Es esa tierra en la que uno siente la necesidad de sentarse y seguir viéndola, mientras nos dejamos invadir por un sentimiento de serena plenitud. Mirar y permanecer. Cerrar los ojos y sentirse humano en ese paisaje inmortal.

Por eso, viene bien recordar al profesor François Cheng, el intelectual chino que ha logrado sentarse en la Real Academia Francesa, cuando –al hablar del lenguaje de la pintura china- escribe y describe que ‘pintar la montaña y el agua es retratar al hombre, no tanto su retrato físico, sino más bien el de su espíritu: su ritmo, su proceder, sus tormentos, sus contradicciones, sus temores, su alegría, sosegada o exuberante, sus deseos secretos, sus sueños de infinito…’.

Ustedes y yo tenemos que reconocer, especialmente cuando nos cautiva la cercanía de la Sierra de Loarre, que el macrocosmos que es el Universo establece vínculos con el microcosmos que es el Ser Humano, y el hombre y la mujer se sienten atraídos por la realidad y su representación, una atracción que variará con el paso del tiempo, pero que siempre se sentirá cautivado por esta Naturaleza que emerge abrupta, hermosa, poderosa, desoladora, terrible…

De todo esto habla la pintura del nuevo Académico, que es profundamente innovadora porque se construye con referencias antropológicas a los tres momentos claves de la incorporación del paisaje al lenguaje visual. Desde ese descubrimiento del paisaje que hunde sus raíces en el arte chino del siglo V, cohibido por la visión estética de la naturaleza del budismo, hasta ese novedoso impulso decimonónico que generó el plenairismo del instante fugaz en Barbizon, pasando por esa recuperación sosegada y protestante, acaso menonita en el peregrinar de Jacob Izaaksoon van Ruysdael, que hizo la pintura holandesa del siglo XVII.

En todo caso, la paleta y la mirada de José Beulas, nos permiten reencontrarnos con la Naturaleza, con el paisaje en el que han vivido nuestros antepasados y en el que esperamos vivirán nuestros descendientes. Y sobre todo comprometernos con la conservación de ese escenario de nuestras vidas, que incluso ha tenido que ser protegido por un Convenio Europeo del Paisaje, firmado en Florencia el año 2000, por los Estados Miembros del Consejo de Europa. Y hoy, desde el estrado de esta Real Corporación debemos sumarnos a las voces que demandan mayor atención y sobre todo cariño hacia estos escenarios de nuestra vida. Hay que crecer en amor a la Naturaleza porque sólo así nos hacemos más humanos.

Aunque pueda parecer que estamos hablando de escenarios, ya indicamos que estamos hablando de vida. No en vano decía el geógrafo británico Jay Appleton que ‘el paisaje es lo que la gente hace de su entorno, después de que la Naturaleza lo ha puesto en sus manos’. Y este compromiso sagrado con los caminos que surcan nuestros pasos, con las imágenes que serenan nuestro agobiado vivir diario, con los sonidos del silencio que se esconden en la paleta de trazos rotundos, es el compromiso que inspira y mantiene este recinto de las Artes hecho Fundación Beulas.

Y, además, es oportuno recordar que cuando estamos hablando de paisajes, estamos hablando de un género de arte que ha sido profundamente amado en el seno de las academias, ya sea tanto en Oriente como en Occidente. En las lejanas tierras de China, sabemos que el gusto por el paisaje se generó desde la Academia Imperial de Pintura, cuyos miembros alcanzaron la más alta categoría pues el emperador les concedió – en torno al año 1020- que pudieran lucir los pendientes de pez símbolo del mando de los oficiales imperiales, los eximió de sufrir castigos corporales y les concedió a los académicos pintores la púrpura de la corte. En Occidente el gusto por el paisaje lo introduce la academia denominada Escuela del Jardín de San Marcos, en la Florencia de Lorenzo el Magnifico, y en Europa se difunde cuando Reales Academias, como la nuestra, promocionan clases de pintura de paisaje desde el romanticismo decimonónico.

Pero, además estamos recordando unas clases de pintura que no están desarrolladas en el exterior, que no están provocando una simple copia del natural, que son más bien una interpretación con lo que cada paisaje es novedoso y se impregna de personalidad, de estilo, de humanidad. Para ello, cobra importancia el taller del artista que es el santuario del creador, ese cubículo donde el hombre puede relajarse y sentir la pasión de crear. En el siglo XI, el teórico chino Guo Xi, describió la apariencia del taller de un artista solitario, en el que afirmaba cosas tan curiosas como que ‘La habitación en donde pinta el artista ha de ser amplia y apartada, cálida en invierno y fresca en verano. La mente del pintor no se debe distraer por cientos de preocupaciones; su espíritu debe estar alegre y confortado’.

Oyendo estas palabras nos viene a la memoria ese estudio de García Paredes que ha sido testigo de tantas horas del maestro Beulas, o quizás ese gran salón de su casa donde los colores revientan sobre las blancas superficies en las tardes de la primavera oscense, bajo la mirada inspiradora de María, y en el silencio de la tarde con los perros dormitando bajo las flores que apuntan la vida. En todo caso, el jardín guarda silencio bajo el cielo azul de esta tierra, que ilumina las llanuras de ese espacio-morada que diría el académico Laín Entralgo. Todo ello, intuye ese recrear de la realidad que hace el maestro Beulas. En silencio comprende que esos paisajes que están naciendo en el taller de la Sotonera son más que paisajes la crónica de la vida de unas gentes, la crónica de los sentimientos que definen la identidad de estos pueblos, el punto y aparte de un amor inmenso a esta tierra.

Por todo ello, hay que darle las gracias al nuevo académico, Ilmo. Sr. Don José Beulas, y sobre todo trasmitirle que esta Real Academia quiere darle la bienvenida a la que, desde hoy, es su casa. Que Dios le colme de días llenos de luz y de sentimiento porque estas benditas tierras necesitan un cronista de su categoría. Y al hilo de esto, en nombre de la Real Academia le agradezco este excepcional regalo que ha hecho a la misma, ese óleo con una magnifica visión de nuestra tierra que hoy se incorpora a nuestra colección de Bellas Artes iniciada en 1793 y en la que están presentes los grandes artistas que en el devenir del tiempo aragonés han sucedido.

Como presidente ha sido un honor poderle recibir como Académico de Honor, la más alta distinción que concede esta Real Corporación y que ha sido ostentada por grandes personalidades del arte y de la cultura, en cuya nómina también está la figura de nuestro académico don Francisco de Goya.

Y con este espíritu de alegría, en mi calidad de Presidente de la Real Academia de Bellas y Nobles Artes de San Luis, doy por concluida la Sesión Pública y Solemne de ingreso del Ilmo. Sr. Don José Beulas. Muchas Gracias por su presencia.